Se aprende a trabajar en equipo, a aceptar como buenas las normas que nos impone el propio juego… Todo ello hace que los niños y niñas vayan aprendiendo disciplina para cumplir horarios y rutinas. Ayuda a conocer qué es el compañerismo: todos ganamos si todos jugamos; el respeto: hacia el contrincante, hacia el resto de compañeros, hacia las normas y, en definitiva, ese espíritu deportivo que marca una impronta en el devenir de la vida. Lo que inicialmente puede no ser más que un juego que les irá formando en el afianzamiento de la autoestima, la constancia, el control de las emociones y la superación personal.
Toda una escuela de virtudes y actitudes que luego le serán básicas en la vida.
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